(Vea la versión en español a continuación.)
“Where is my home?” I asked my friend.
“Wherever your heart is” she replied.
I wasn’t looking for a philosophical answer, though for many, the concept of home is necessarily a philosophical proposition. This is a question that displaced peoples often ask.
An elder once told me something similar, that I was like a turtle; that my home was on my back, mainly because I have always moved around a lot.
Last month on a zoom call, a barrio veterano asked me where I was from; without hesitation, I responded: East LA. Wrong answer; he was asking who I was representing, but for me, that was reflexive. On the streets, when growing up, if gangsters asked you that question, lying was not an option.
Upon retirement, I recently moved back to Mexico, where I was born, but which I only knew for four years, plus another year in Tijuana, where and when we crossed and settled into East LA. I have less than a handful of memories where I was born, though I clearly remember my days in Tijuana.
Where am I from (Echoes of Cheech’s “Born in East LA”)?
As a kid, I knew and was always reminded that I was from Mexico though my answer was always: East LA, which is where I lived during my formative years. But recently, I had been asking myself a different question: Where is home? That’s a little different than where I grew up. For me, that question has always dogged me, mainly because a generation ago, I did not leave LA by choice.
When I first returned to Mexico in 1976, the idea of where home was, radically changed. Virtually all our extended family, except one family in Kansas, lived in Mexico. When I walked the streets in Mexico, everyone seemed to remember me as a child in Aguascalientes, though what I also remember is that both my parents were born in Mexico City. Our extended family, lived mostly in both those cities; returning there solidified my identity and roots. But I returned to LA, and while most of my life after 35 has been outside of LA, including New Mexico, Texas and Wisconsin, the past 14 years were in Arizona. During this last stint, quite a bit of it was also in Mexico.
My friends ask why after a lifetime in the United States, I decided to return to Mexico? There are three reasons. First, I never decided to move to the United States. Second, I have rarely been treated as less than human in Mexico. As someone who is chocolate brown, racial profiling was virtually a daily occurrence in the United States where as a youngster, I was constantly being pulled over by cops, or asked or forced to prove my existence to the migra, or my humanity, to society.
Third, I love the genuine warmth of the people, which includes my large extended family. I also love being greeted by strangers with buen día or buenos días, buenas tardes or buenas noches, anywhere I am, or buen provecho at restaurants. Those are small things, but they are absent from daily life in El Norte, where everyone is seemingly a stranger, even neighbors.
To be addressed in a dignified manner, is also a new experience for me. In the United States, people of color often are treated by authorities as “enemy others” And that is what I tired of; the normalization of dehumanization. Yes, we learn to live with that to the point where we no longer notice it, which is actually the definition of normalization.
That’s why it was quite easy to find home. Yes, home is where the heart is, but everyone needs a house and a geographic place to call home. And that’s when things get complicated or philosophical.
I have quite a few friends and former students who have not had the luxury of wondering where home was. Many have lived in the same house or city since arriving in the United States, often as small children or infants and yet, society - the government specifically - does not permit them to claim a home or call anywhere home. They have forever been alienized and criminalized. They also happen to generally be Indigenous or Indigenous-based peoples (of mixed roots). They are considered foreigners when they know no other home than this country, than this continent.
In fact, that is the story of this continent. Since 1492, everything has been upside down. Colonizers act as though this is their home and that native peoples are foreigners and in the way. African Americans have a different history, but a similar relationship.
We have a home, but are denied our home. Strangers in our own lands. But belong we do; wherever we walk, wherever we live, wherever our hearts are.
Dr. Cintli (Roberto Rodriguez) is an associate professor emeritus at the University of Arizona Mexican American Studies and is the author of several books, including “Our Sacred Maiz is Our Mother” (2014) and “Yolqui: A Warrior Summoned from the Spirit World” (2019). Email XColumn@gmail.com
"¿Dónde está mi hogar?" Le pregunté a mi amiga.
“Donde sea que esté tu corazón”, respondió ella.
No estaba buscando una respuesta filosófica, aunque para muchos, el concepto de hogar es
necesariamente una proposición filosófica. Ésta es una pregunta que se hacen los pueblos desplazados.
Una anciana me dijo una vez algo similar, que yo era como una tortuga; que mi casa estaba a mis espaldas, principalmente porque siempre me he movido mucho.
El mes pasado, en una llamada de zoom, un veterano del barrio me preguntó de dónde era; sin dudarlo, respondí: East LA. Respuesta incorrecta; me preguntaba a quién representaba, pero para mí, eso era un reflejo. En las calles, cuando era pequeño, si pan dill Eros I te hacían esa pregunta, mentir no era una opción.
Al jubilarme, me mudé recientemente a México, donde nací, pero que solo conocí durante 4 años, más otro año en Tijuana, donde y cuando cruzamos y nos establecimos en el este de Los Ángeles. Tengo menos de un puñado de recuerdos de dónde nací, aunque recuerdo claramente mis días en Tijuana.
¿De dónde soy (Como la pelicula de Cheech: "Born in East LA”)?
Cuando era niño, supe y siempre me recordaron que era de México, aunque mi respuesta siempre fue: del kEste de Los Ángeles, que es donde viví durante mis años de formación. Pero recientemente, me había estado haciendo una pregunta diferente: ¿Dónde está mi hogar? Eso es un poco diferente a donde crecí. Para mí, esa pregunta siempre me ha perseguido, principalmente porque hace una generación, no me fui de Los Ángeles por elección.
Cuando regresé a México por primera vez en 1976, la idea de dónde estaba mi hogar cambió radicalmente. Prácticamente toda nuestra familia extendida, excepto una familia en Kansas, vivía en México. Cuando caminaba por las calles de México, todos parecían recordarme de niño en Aguascalientes, aunque lo que también recuerdo es que mi padre y madre nacieron en la Ciudad de México. Nuestra familia extensa, vivía principalmente en ambas ciudades; Regresar allí solidificó mi identidad y mis raíces. Pero regresé a Los Ángeles y aunque la mayor parte de mi vida después de los 35 ha estado fuera de Los Ángeles, incluidos Nuevo México, Texas y Wisconsin, los últimos 14 años fueron en Arizona. Durante este último período, una gran parte también fue en México.
Mis amigos me preguntan por qué, después de toda una vida en Estados Unidos, decidí regresar a México. Hay tres razones. Primero, nunca decidí mudarme a los Estados Unidos. En segundo lugar, rara vez me han tratado como menos que humano en México. Como alguien que es de color de chocolate, los perfiles raciales eran prácticamente un hecho diario en los Estados Unidos, donde cuando era joven, la policía me detenía constantemente, o me pedía u obligaba a probar mi existencia a la migra, o mi humanidad, a la sociedad.
En tercer lugar, amo la calidez genuina de la gente, que incluye a mi gran familia extendida. También me encanta que los extraños me reciban con buen día o buenos días, buenas tardes o buenas noches, en cualquier lugar donde esté, o buen provecho en los restaurantes. Son cosas pequeñas, pero están ausentes de la vida cotidiana en El Norte, donde todo el mundo parece un extraño, incluso los vecinos.
Ser tratado de manera digna, es también una nueva experiencia para mí. En los Estados Unidos, las autoridades suelen tratar a las personas de color como "enemigos y otros". Y de eso es de lo que me cansé; la normalización de la deshumanización. Sí, aprendemos a vivir con eso hasta el punto en que ya no lo notamos, que en realidad es la definición de normalización.
Por eso fue bastante fácil encontrar mi hogar. Sí, el hogar es donde está el corazón, pero todos necesitan una casa y un lugar geográfico al que llamar hogar. Y ahí es cuando las cosas se complican o se vuelven filosóficas.
Tengo bastantes amigos y exalumnos que no han tenido el lujo de preguntarse dónde estaba su hogar. Muchos han vivido en la misma casa o ciudad desde que llegaron a los Estados Unidos, a menudo cuando eran niños pequeños o bebés y, sin embargo, la sociedad, específicamente el gobierno, no les permite reclamar un hogar o llamar hogar a ningún lugar. Siempre han sido alienados y criminalizados. También suelen ser pueblos indígenas o de base indígena (de raíces mixtas). Se les considera extranjeros cuando no conocen otro hogar que este país, que este continente.
De hecho, esa es la historia de este continente. Desde 1492, todo ha estado patas arriba. Los colonizadores actúan como si éste fuera su hogar y que los pueblos originarios fueran extranjeros y estorben. Los Afroamericanos tienen una historia diferente, pero una relación similar.
Tenemos un hogar, pero se nos niega nuestro hogar. Extraños en nuestras propias tierras. Pero pertenecemos; dondequiera que caminemos, donde sea que vivamos, donde esté nuestro corazón.
Roberto Dr. Cintli Rodríguez es profesor asociado emérito en la Universidad de Arizona y es autor de varios libros, incluido "Yolqui: un guerrero convocado desde el mundo espiritual". También dirige el Raza Killings Database Project: Xcolumn@gmail.com
From The Progressive Populist, October 1, 2021
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