(Vea la versión en español a continuación.
Last month, I went to a funeral in Los Angeles for the father of three friends of mine who were tortured in the early 1980s when they were high school students in Guatemala. They survived because their father, Jose Domingo Perez, waged a heroic nationwide campaign to secure their release, this during the first month of a genocidal terror campaign immediately after a military coup by General Jose Efrain Rios Montt.
This was during Guatemala’s 30-year genocidal war at which time its generals boasted that they held no political prisoners. They even refused US military aid, so as to not be constrained by US “rules,” this when it was the chief sponsor of Central America’s wars.
The war was waged by a series of military regimes, against primarily Indigenous peoples, that once capturing their “enemies,” tortured and executed them. During that war, hundreds of thousands were killed and perhaps an equal number “disappeared.” Several million were also internally and externally displaced.
At the funeral, I recalled a 1981 story I had written: “The Song of the Quetzal,” reminding me of how I met my friends. I had gone to see “When the Mountains Tremble,” which is about that war, as told by Rigoberta Menchu, who lost both her parents during the war, and who in 1992 would go on to receive the Nobel Peace Prize. Afterwards, I told them about that story, basically about how it cannot live in captivity, an allegory about that ruthless war. As a result, they invited me to their next meeting. I was so moved that for the next several years, I attended virtually all their meetings.
They were primarily young ex-students; most of whom were younger than me, but not all. Many of them were student activists during the war, some of whom had been captured during protests. When my friends were apprehended, about 10 other students were executed before their very eyes with about 15 more being captured and then tortured.
They never spoke about those details. Being intrigued, I was told to watch the movie “El Norte”; that what happened to the Perez family, was worse than what was depicted (Domingo was actually in it). After watching it, I got the nerve to ask one of the sisters, Noemi, what had happened to her.
“Everything that could be done to a woman was done to me for 15 days,” she told me. I never brought up the topic again. Eventually, they received political asylum, an extreme rarity in those days.
After years of no contact, during the 2013 Rios Montt trial — who was eventually convicted of genocide and crimes against humanity, but later won on appeal — they told me that they also had their own case against the government. They showed me their testimonies and told me they were looking for someone they trusted to translate them into English. Without hesitation, I volunteered. I assumed their torture was extreme, but nothing could have prepared me for what I read, despite myself being a survivor of state violence, diagnosed with PTSD and Traumatic Brain Injury. To this day, their testimonies haunt me. I had no idea the depravity humans are capable of. What most stood out was their constant pleas to be executed, rather than undergo their nightmarish torture, though they were always awake.
The funeral made me recall all this, especially their father’s role. I left the funeral believing that his pleas were indeed the Song of the Quetzal; the story I had written was about my friends I had not yet met. It was both a story and song, about Guatemala’s war, as brutal as that of the genocidal Spanish “conquest.” Here are the last lines to the song:
For many years, we have been peaceful. But now, they no longer leave us alone. We are pure fury, ready to confront those that have forced us to hide. We are not alone.
Today, it is the Quetzal. Tomorrow the Condor. And the next day the Eagle.
Do not be blind. Can you not see? It is you who I sing for. You are the Quetzal.
The song was published in my 2021 “Writing 50 Years Amongst the Gringos” book, but the story has been lost to time, though it will be published eventually, even if I have to recreate it, in Spanish, English and in one of the Maya languages, as I initially promised them.
I also remember that I gave Noemi a pre-Colombian statue, instructing her to return it to me when her country is free. We all joked after the funeral, knowing that won’t be happening anytime soon. Despite the traumatic memories, the only sad part of the funeral is that Marvyn, stricken by COVID, could not attend his father’s funeral.
Jose Domingo Perez. Presente!
Roberto Dr. Cintli Rodriguez is an associate professor emeritus at the University of Arizona Mexican American Studies and is the author of several books, including “Our Sacred Maiz is Our Mother” (2014), “Yolqui: A Warrior Summoned from the Spirit World” (2019) and “Writing 50 years Amongst the Gringos,” published recently by Aztlan Libre Press. Email XColumn@gmail.com.
El mes pasado, fui a un funeral en Los Ángeles por el padre de tres amigos míos que fueron torturados a principios de la década de 1980 cuando eran estudiantes de secundaria en Guatemala. Sobrevivieron porque su padre, José Domingo Pérez, libró una heroica campaña a nivel nacional para asegurar su liberación, esto durante el primer mes de una campaña de terror genocida inmediatamente después del golpe de estado por el general Jose Efraín Ríos Montt.
Esto fue durante la guerra genocida de 30 años de Guatemala, momento en el que sus generales se jactaron de que no tenían prisioneros políticos. Incluso rechazaron la ayuda militar de Estados Unidos para no verse limitados por las "reglas" de Estados Unidos, esto cuando Estados Unidos era el principal patrocinador de las guerras de América Central.
La guerra fue librada por una serie de regímenes militares, principalmente contra pueblos indígenas, que una vez capturaron a sus “enemigos”, los torturaban y despues los ejecutaban. Durante esa guerra, cientos de miles murieron y quizás un número igual fueron "desaparecidos." ..Varios millones también fueron desplazados internamente y externamente.
En el funeral, recordé una historia de 1981 que había escrito: La canción del Quetzal, recordándome cómo conocí a mis amigos. Había ido a ver: Cuando las montañas Tiemblan, que trata sobre esa guerra, como lo cuenta Rigoberta Menchú, quien perdió a sus dos padres durante la guerra, y que en 1992 pasaría a recibir el Premio Nobel de la Paz. Luego les conté esa historia del Quetzal, básicamente sobre cómo no puede vivir en cautiverio, una alegoría de esa guerra despiadada. Como resultado, me invitaron a su próxima reunión. Me conmovió tanto que durante los siguientes años asistí prácticamente a todas sus reuniones.
Eran principalmente jóvenes exalumnos; la mayoría de los cuales eran más jóvenes que yo, pero no todos. Muchos de ellos eran estudiantes activistas durante la guerra, algunos de los cuales habían sido capturados durante las protestas. Cuando detuvieron a mis amigos, unos 10 estudiantes más fueron ejecutados ante sus propios ojos y unos 15 más fueron capturados y luego torturados.
Nunca hablaron de esos detalles. Intrigado, me dijeron que mirara la película El Norte; que lo que le sucedió a la familia Pérez fue peor de lo que estaba representado en él (Domingo estaba realmente en él). Después de verlo, tuve el descaro de preguntarle a una de las hermanas, Noemi, qué le había pasado.
“Todo lo que se le podía hacer a una mujer me lo hicieron a mí durante 15 días”, me dijo. Nunca volví a mencionar el tema. Finalmente, recibieron asilo político, una rareza extrema en esos días.
Después de años sin contacto, durante el juicio de Ríos Montt en el 2013, quien finalmente fue condenado por genocidio y crímenes de lesa humanidad, pero luego ganó en apelación, me dijeron que también tenían su propio caso contra el gobierno. Me mostraron sus testimonios y me dijeron que buscaban a alguien en quien confiaran para traducirlos al inglés. Sin dudarlo, me ofrecí como voluntario. Asumí que su tortura era extrema, pero nada podría haberme preparado para lo que leí, a pesar de ser un sobreviviente de la violencia estatal, diagnosticado con PTSD y lesión cerebral traumática. Hasta el día de hoy, sus testimonios me persiguen. No tenía idea de la depravación de la que son capaces los humanos. Lo que más se destacó fueron sus constantes súplicas para ser ejecutados, en lugar de sufrir su tortura de pesadilla, aunque siempre estaban despiertos.
El funeral me hizo recordar todo esto, especialmente el papel de su padre. Salí del funeral creyendo que sus súplicas eran en verdad el Canto del Quetzal; la historia que había escrito era sobre mis amigos que aún no había conocido. Era tanto una historia como una canción, sobre la guerra de Guatemala, tan brutal como la de la "conquista" genocida española. Aquí están las últimas líneas de la canción:
Durante muchos años hemos estado en paz. Pero ahora ya no nos dejan solos. Somos pura furia, dispuestos a enfrentarnos a los que nos han obligado a escondernos. No estamos solos. Hoy es el Quetzal. Mañana el Cóndor. Y al día siguiente el Águila. No seas ciego. ¿No puedes ver? Es para ti para quien canto. Eres el Quetzal.
La canción fue publicada en mi libro 2021 Writing 50 Years Among the Gringos, pero la historia se ha perdido en el tiempo, aunque eventualmente se publicará, incluso si tengo que recrearla, en español, inglés y en uno de los idiomas mayas, como les prometí inicialmente.
También recuerdo que le di a Noemi una estatua precolombina, indicándole que me la devolviera cuando su país estuviera libre. Todos bromeamos después del funeral, sabiendo que eso no sucederá pronto. A pesar de los recuerdos traumáticos, la única parte triste del funeral es que Marvyn, con un caso extreme de Covid, no pudo asistir al funeral de su padre.
José Domingo Pérez. Presente!
Roberto Dr. Cintli Rodríguez es profesor asociado emérito en la Universidad de Arizona y es autor de varios libros, incluido "Yolqui: un guerrero convocado desde el mundo espiritual". También dirige el Raza Killings Database Project: Xcolumn@gmail.com
From The Progressive Populist, November 15, 2021
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